Siento que se me agota la vida como quien tiene sed y solo traga la última gota en soledad. Yo inhalo mi único y último aliento.
Siento cómo disminuye mi vitalidad y a pesar de lo mano que pueda sonar o verse para otras personas, yo, lo disfruto. Sufrir siempre ha sido parte importante de mi vida, si no, ¿cómo vivir? El dolor es exquisito como veneno y como antídoto, nada más placentero que esta sana y formal droga de dramaturgia. Los párpados se abren y se cierran en ciclos más lentos, más elegantes se hacen los pasos. Y es que a la muerte se llega en calma, no hay prisa y hay que tocarle la puerta como quién pide la mano de una bella doncella.
Dicen que todos inconscientemente buscamos un lugar donde morir. Y me pongo a pensar en dónde sería mi lugar. Me gustaría desaparecer y que nunca me encuentren. Y es que no habrá lugar para mi supongo, siento que ando y ando y me veo caminar por todos los lugares y no hallo un lugar. Tal vez un bosque, quedarme muerta en la Copa de un árbol, treparía hasta una rama alta y cómoda y descansaría hasta que los gusanos y los pájaros me ayuden a desaparecer.
Que problema he creado en mi cabeza. No sé dónde morir. Y ahora viviré con el estrés de dónde iré a reposar mis huesos.
Hay que tomarlo como cosa seria. Uno no puede morirse por ahí no más como si no valiera nada. Hasta la muerte con dignidad. Valiosa ha sido ya la vida, honorable debe ser la muerte.
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